CICLO LA PINTURA Y LA ESCRITURA, KORRAL 3ª CONFERENCIA.
EMBLEMAS Y EMPRESAS:
Sobre Iconografía y Literatura en los Siglos de Oro.
Como comentamos en la entrada anterior, la conexión entre la Literatura y la Pintura existe desde la Antigüedad. “Ut pictura poesis”, es decir, como la pintura así es la poesía, y viceversa, decía ya el poeta latino Horacio (siglo I a.C.)
Esta simbiosis era de gran interés para Ricardo Casstillo desde sus inicios. Por eso, cuando recibí el encargo de organizar este ciclo de La Pintura y la Escritura, busqué a los mejores y más formados profesores, poetas y escritores de Sevilla que justificaran con erudición este vínculo.

Y, en este sentido, entra a formar parte del ciclo la conferencia de Francisco Martínez Cuadrado “Emblemas y Empresas: Sobre Iconografía y Literatura en los Siglos de Oro”.
Francisco Martínez Cuadrado, es doctor en Filología Románica y ha sido catedrático de Lengua y Literatura en los Institutos Murillo y Fernando de Herrera, de Sevilla. Autor de libros de texto de su especialidad y de diferentes monografías, ensayos y ediciones de los Siglos de Oro y de la poesía del siglo XX.

Sus publicaciones más destacadas son El Brocense, semblanza de un humanista; las ediciones cervantinas Don Quijote de la Mancha, Antología, y Rinconete y Cortadillo, así como el reciente estudio La Edad de Oro. Vida, fortuna y oficios en los siglos XVI y XVII.
Además, tengo el orgullo de haber sido su alumna de COU en el Instituto Murillo y haber despertado a las vanguardias a través de sus espléndidas y entretenidas clases.
Aquella tarde de febrero de 1996, Martínez Cuadrado repartió entre los asistentes de Korral unos cuadernillos de fotocopias de las ilustraciones que iba a comentar, todo un regalo que muchos hemos conservado. La conferencia partió de un género mixto, de grabado y poesía, el emblema, creado por Andrea Alciato, y, posteriormente, de géneros afines, como los jeroglíficos del Sueño de Polifilo y las empresas o divisas personales presentes en la heráldica y en las marcas de impresores.
Con todo lujo de detalles nos iba revelando el sentido utilitario y didáctico de los emblemas, que estaban incorporados a los libros fundamentalmente, pero que a veces pasaban también a la arquitectura sólida o efímera y a la pintura.

Relataba, las partes del emblema compuesto por una figura, un lema y un texto explicativo:
Primero, la pictura, una figura por lo general un grabado, que representaba un contenido enigmático.
A continuación, el título, lema o divisa, que solía ser una sentencia escrita un tanto críptica, para ser entendida solo por unos pocos y que daba una pista para completar el sentido de la imagen.
Y por último, el texto explicativo (en verso en el emblema y en prosa en géneros afines) que interrelaciona el sentido que transmite la pictura y expresa el lema o título.
Apuntaba Martínez Cuadrado que estas obras pusieron en circulación una serie de imágenes simbólicas a partir de animales, plantas, objetos y temas mitológicos e influyeron tanto en la literatura como en el arte.
En la literatura se deja notar en Gracián y los emblemistas españoles, como Saavedra Fajardo y en cuanto a su influencia en el arte, la charla se detuvo en dos ejemplos sevillanos: los techos que pintó Pacheco para la Casa de Pilatos, basados en los emblemas de Alciato.

Y los Jeroglíficos y Postrimerías de Valdés Leal, que toma su iconografía de esta literatura simbólica.

Todos los asistentes seguimos concienzudamente las imágenes que Francisco Martínez comentaba y quedamos sorprendidos porque, efectivamente, esa conexión entre pintura y poesía no era algo nuevo, no había surgido a partir de las vanguardias de los siglos XIX y XX como habíamos imaginado, sino de una relación mucho más antigua. Una vez más Ricardo Casstillo, a través de Korral, nos despertaba a otras formas del arte.
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PLAGAS I
La Plaza del Salvador de Sevilla había sido hasta mediados de los 90 un simple lugar de tránsito en el corazón de la ciudad. Un par de bodeguitas antiguas, dos quioscos de prensa, una rancia tienda de artículos de caballero y una marisquería con un ambiente familiar y poco más.
Por aquellos años, Luis Venegas y Federico Patanchón montaron en la esquina con La Cuesta del Rosario un bar con mucho encanto, El Universal, con camareros casi adolescentes y una atractiva música que ambientaba aquel local con diseño.

Este bar se convirtió en gancho para los jóvenes sevillanos. Poco a poco quedaban en la plaza para encontrarse después del trabajo, de clase, o de un día de compras y la plaza se convirtió en un enjambre de personas bebiendo de pie.
Ricardo Casstillo observaba aquella transformación como una divertida plaga de seres humanos alrededor de una cerveza. Una multitud despersonalizada que confundía la amistad con la integración en la masa.
Ricardo trabajaba libremente lo que venía a su mente, en plena libertad y con la mayor valentía, acostumbrado a jugar en un terreno de soledad individualista, y quiso satirizar a través de la fotografía aquella proliferación de individuos en la Plaza del Salvador de 1996:
Pepa Pineda Villarrubia, lunes 24 de octubre de 2022