En el siglo XVI el indio Hatuey, cacique dominicano, viajó desde Quisqueya (actual isla de La Española) hasta Cuba con el propósito de sublevar a sus habitantes contra los conquistadores españoles. Derrotado por aquellos españoles invasores, y preso por traición, fue condenado a ser quemado vivo para castigar su rebeldía e impedir que continuaran las incipientes sublevaciones indígenas.

Hatuey es conocido como “el primer rebelde de América”. Cuenta Bartolomé de las Casas que, hablando a los taínos de la crueldad de los cristianos, les dijo: «tienen un dios a quien ellos adoran y quieren mucho, [y] para lo adorar nos trabajan de sojuzgar y nos matan». Y mostrándoles una cestilla llena de joyas de oro, añadió: “Veis aquí el dios de los cristianos […] si lo guardamos, para sacárnoslo al fin nos han de matar: echémoslo en este río». Acordaron los indios seguir su consejo, y arrojaron todo el tesoro a las aguas de un gran río. Hatuey continuó su lucha contra los conquistadores hasta que lo prendieron.

El pintor Pedro Simón nace en Madrid, pero pronto se traslada a Cuba donde pasó los 11 primeros años de su infancia. Allí, desde la escuela, conoció la historia del indio Hatuey, como el primer libertador de Cuba. Una historia lamentable, que pone el ojo crítico sobre las hazañas de los españoles en el Nuevo Mundo.
Se cumplían cinco siglos de aquella ejecución en la hoguera. La evocación de esa fecha despertó en Simón recuerdos de su infancia cubana. Le llevó de inmediato a plantear un proyecto artístico para homenajear su muerte, y lo propuso a Michel Hubert, un amigo crítico de arte. Este presentó la idea a Mercedes Guardado, directora del Museo Vostell, un museo dedicado al arte contemporáneo en Malpartida, Cáceres.

Wolf Vostell, artista alemán, perteneciente al Grupo Fluxus —entre los que se contaba con artistas tan conocidos como Joseph Beuys y Yoko Ono (viuda de John Lennon)— fue el fundador de aquel museo y estuvo siempre sensibilizado con la destrucción de los pueblos indígenas. Una de sus obras más representativas es, precisamente, Réquiem por los olvidados, dedicada a las víctimas de los conquistadores. Por lo que la propuesta de Pedro Simón fue bienvenida de inmediato.
Ahora solo faltaba buscar un patrocinador. Cuba y las hojas de tabaco están íntimamente relacionadas, por eso, quién mejor que Altadis (antigua Tabacalera de España) para apoyar la idea.
Y, en efecto, la Fundación Altadis patrocinó el acto y financió la edición de su catálogo.
Simón planeó oficiar una performance, para lo que se rodeó de los pintores de su confianza: sus colegas Ricardo Casstillo y Matías Sánchez. Ellos compartían la idea de que «por el arte el hombre vuelve a reencontrarse con su historia, una historia a veces llena de sufrimiento y dolor», como analizaba la directora del Museo.
Michel Hubert seducido por la propuesta, se convirtió en comisario. Para él «en muchos mitos de la invención del fuego, o, mejor dicho, de sus cenizas, nace el tabaco». «El proyecto Hatuey pretendía ser una aportación estética a la desmitificación de la historia de la Conquista» apostilla Hubert y precisa que “la presencia del tabaco sirve de metáfora, no solo para evocar su importancia en la cultura precolombina, sino también por su papel de puente cultural entre el Nuevo y el Viejo Mundo, gracias a la extensión de su uso por todas partes”.

Simón, Casstillo y Matías se trasladaron al propio Museo Vostell Malpartida, para crear juntos una gran estructura de madera y alambre, rodeada de tabaco de la Vera. Pasaron días de trabajo, disfrutando y enriqueciéndose en la creación conjunta.
Altadis les había regalado 7 cajas llenas de hojas de tabaco que irían entretejiendo minuciosamente entre la estructura con la que habían creado, previamente, una figura humana de grandes dimensiones, que representaba a Hatuey.

Aquel indio rebelde, que una vez atado al palo y a punto de ser encendida la hoguera —cuenta Fray Bartolomé de las Casas—, al ser requerido por un franciscano a que dispusiera su alma para ir al cielo con los buenos cristianos, le contestó que “no quería él ir allá sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente”.

Tras un trabajo laborioso El primer libertador de Cuba ya estaba preparado: Hatuey ardería nuevamente. Y estuvo exhibido en el Museo hasta la hora de su ceremonia final.

Simón quiso darle un sentido festivo a su performance; compartirlo aquella noche de verano con sus colegas en una action paintig al aire libre. La action painting es una técnica pictórica que se basa en la plasmación de la gestualidad corporal en la obra y que es utilizada sobre todo en el expresionismo abstracto.
Los artistas, vestidos de un blanco simbólico, iban pintando un mismo cuadro con las cenizas de Hatuey, subidos a escaleras de madera ante el lienzo vacío. El movimiento en el aire de los cuerpos de Simón, Casstillo y Sánchez, sus gestos, el énfasis en los trazos y la mesura formaban parte de su lenguaje pictórico.

Las cenizas de Hatuey quedaron impresas en el cuadro, formando las letras de su nombre.

El resto de las cenizas fueron entregadas a Mercedes Guardado, la directora y esposa de Wolf Vostell, para clausurar la performance y quedaran conservadas en el Museo.
Para Ricardo Casstillo, aquella performance quedó siempre a sus mejores recuerdos. Trabajó, sugirió, disfrutó y ayudó en un proyecto del que se hizo eco, no solo por la apasionante idea artística, sino también, por participar activamente en la desmitificación de la Conquista del Nuevo Mundo.

Agradecimientos a Francisco Martínez Cuadrado por su colaboración en la corrección de estilo.
Pepa Pineda Villarrubia en Sevilla, lunes 13 de noviembre de 2023
2 respuestas
¡En cuantos proyectos interesantes andaba Ricardo! Y ahora, tu los traes del recuerdo y es como si se volvieran a vivir.
Gracias, Nena por leer esta historia. Ricardo guardaba un gran recuerdo de su participación en aquella «action painting» y la «performance». Tenía todos estos documentos a mi alcance y sería triste que quedaran olvidados entre los cajones de su estudio.